Estudios Sociales
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Trashumancia relictual: la resistencia de las cabras

Redictual transhumance:Goats resistance

 

Mauricio Genet Guzmán Chávez* 

Isabel Mora Los caminos de la trashumancia.Territorio, persistencia y representaciones de la ganadería pastoril en el altiplano potosino (2013) México, El Colegio de San Luis.

Fecha de recepción: mayo de 2014

Fecha de aceptación: junio de 2014

 

*El Colegio de San Luis

Dirección para correspondencia: mguzman@colsan.edu.mx

El libro se refiere a una práctica ganadera residual, pero persistente en el altiplano potosino: el pastoreo de ungulados, principalmente cabras, también denominadas localmente, chivas. Reúne cinco capítulos escritos por igual número de investigadores: cuatro antropólogos –uno de ellos con un pie en la historia y otro en la geografía– y un crítico literario y escritor. Estos van precedidos por un estimulante prólogo, redactado por Pedro Tomé, antropólogo español especializado en temas ligados a la relación sociedad y medio ambiente.

Los caminos de la trashumancia (2013) es, desde una perspectiva general, una joya en medio del paisaje académico semiárido dedicado a las cuestiones de la ecología humana en estas regiones. De hecho, revela o redescubre un reducto de la trashumancia cuando se pensaba que este tipo de manejo pastoril había desaparecido con la creación de los ejidos en la década de 1930 y la disolución de las haciendas en el altiplano potosino. Para algunos investigadores, especializados en ganadería, la trashumancia se refería al desplazamiento pendular y estacional de ganado entre dos puntos complementarios en términos ecológicos dentro de espacios o territorios relativamente extensos. Los tres primeros capítulos, particularmente el primero, escrito por Isabel Mora, y el segundo, elaborado por Gerardo Hernández, ponen en tela de juicio la variable referida a la extensión. El fin de las haciendas ciertamente finiquitó los grandes latifundios ganaderos –antes la hacienda misma representó un impedimento a la trashumancia de grandes distancias–, pero a lo largo de varias décadas los ejidatarios-pastores lograron recrear una trashumancia, si queremos más reducida o acotada, pero posible y favorecida por reglas y normas no escritas de uso territorial entre ejidatarios y entre ejidos vecinos. En este sentido, cabe acotar que los autores se refieren a un “sistema pastoril” (Javier Maisterrena) amenazado y cuya continuidad se ve comprometida a partir de una mayor compactación y fragmentación territorial, resultado de la política agraria de los gobiernos neoliberales y plasmada en el Programa de Certificación de Derechos Ejidales (Procede).

Desde luego cada uno de los artículos se aproxima al tema de las cabras con una perspectiva distinta, pero todos se refieren a una realidad etnográfica contemporánea. Estudiar la relación de los hombres y mujeres del semiárido con sus chivas es un acierto por sí mismo. Lo es porque devela una parte fundamental de la cultura agropecuaria –agropastoril con más propiedad– por estos lares cubiertos de matorral xerófilo. Esta cultura refleja los procesos de construcción territorial, percepción y trabajo cotidiano, una toponimia ligada a los usos pastoriles y un aprendizaje prendido a los tránsitos constantes. Para J. Maisterrena la cabrería desafía al capitalismo, se refiere al ejercicio de la autonomía, es decir, a los tiempos propios o naturales que dicta la misma actividad; actividad orgánica ligada a una forma de ser y estar lejos de las mazmorras del industrialismo. I. Betancourt, por su parte, elige la figura de Sancho Panza para idealizar la narrativa oral de un chivero que con gusto pincela paisajes, nombres, cosas, eventos de un México rural inescapable. A. Rodríguez desmenuza bien el mensaje de las pastorelas rituales. A través de su escenificación, los habitantes pluriactivos confirman y reafirman un determinado orden moral: el pasaje entre estaciones y los peligros de la naturaleza que acechan a los hombres. Las pastorelas, se puede interpretar del texto de A. Rodríguez, funcionan como recurso pedagógico, en cierta forma no han perdido su carácter catequizante: eran pastores quienes viajaban por la noche para ver al niño dios nacido.

Ahora bien, acudamos a la reflexión de algunas afirmaciones que nos comparten los autores. “La ganadería trashumante en la zona es una técnica con fuertes bases históricas que, además de proteger la biodiversidad, mantiene valores culturales asociados” (76). Más que una técnica habría que hablar de un modelo de producción en el cual la ganadería representa uno de sus eslabones. Aun cuando los autores del libro reconocen la diversificación de actividades productivas el excesivo énfasis en el pastoreo de cabras o, como ellos llaman, trashumancia, les impide reconocer las oscilaciones en la preponderancia de esta actividad como un asunto inserto en las contradicciones del mercado (capitalismo, neoliberalismo), del mercado extractivista (minería, ixtle lechuguilla, sebo de cabras, pieles, etc.). Es decir, como una contradicción en las relaciones de producción con efectos ambientalmente negativos. Es falso que la ganadería caprina no haya perturbado, distorsionado y empobrecido los ecosistemas semiáridos. Basta acercarse al libro A plague of sheep: Environmental consequences of the conquest of Mexico (1995) de Ellinor Melville para entender el deterioro ecológico que sobrevino en el Valle del Mezquital, Hidalgo, tras la introducción de cabras y ovejas en el periodo Colonial. Si los autores de los primeros tres capítulos hubieran apreciado más informes y evaluaciones sobre el estado de conservación del altiplano potosino, hubieran recapacitado junto con el prologuista de la obra y enfundado la afirmación de que el pastoreo de cabras en el altiplano protege la biodiversidad. La lección que podemos aprovechar es que las cabras, que ahora llamamos criollas, se adaptaron mucho mejor de lo que se esperaba. Ellas comprenden, propiamente, una raza ligada estrechamente a los campesinos-ejidatarios- pastores. Pero no se puede pasar por alto que su introducción provocó la interrupción de procesos y dinámicas ecológicas, la expulsión de fauna silvestre, el empobrecimiento de pastizales. Esto no lo hicieron ellas solas (cabras) sino en asociación con los humanos, lo que en este libro se ensalza como sistema pastoril: un producto de la colonización y del imperialismo biológico (Alfred Crosby). Ello también tiene que ver con la precisión que se permite el capítulo 2 escrito por G. Hernández sobre el contexto geográfico. Es un estupendo acercamiento con hipótesis plausibles sobre la complementariedad de los nichos ecológicos que posibilitan el traslado de los rebaños de cabras. Sin embargo, el análisis cartográfico adolece de un problema fundamental, no incorpora una dimensión histórica-ecológica. Lo señalado hace suponer al autor una práctica de pastoreo acomodada a las circunstancias actuales sin referentes o anotaciones, por mínimas, necesarias para interpretar la modificación de esos mismo hábitats o nichos ecológicos. En una perspectiva histórica-ecológica el pastoreo de cabras floreció, inclusive, en ejidos alejados o que no tenían acceso al piedemonte y esto fue posible porque los pastizales eran generosos. El clima, y la vegetación de hoy, no son lo mismo que hace cincuenta años, por ejemplo. De cualquier forma, el análisis nos muestra una fotografía elocuente del proceso adaptativo, incluidas sus decisiones agrarias, políticas de las cabras y el ser humano con su huella incansable en el semiárido.

Estaría de acuerdo en afirmar la plasticidad que brinda el manejo de cabras en el semiárido en términos de adaptación siempre y cuando incorporemos en su justa dimensión la aportación económica de las diferentes actividades productivas. Actividades que desde la época colonial están determinadas por su inserción a la economía de mercado, subsidiando, si se quiere, periféricamente, pero, al final, subsidiando la economía global a través de la fuerza de trabajo y de los recursos naturales y la circulación de mercancías en una escala global.

La condición relictual de la ganadería trashumante de cabras es ciertamente arte de resistencia, pero también condición de subordinación. Los “partideños” –intermediarios en la venta de cabrito–, por ejemplo, son actores clave en la estrategia del reparto desigual de las ganancias obtenidas a costa del medio ambiente y que tienen por fin favorecer al sector restaurantero de Monterrey, Matehuala y San Luis Potosí.

Los caminos de la trashumancia continúa siendo una soberbia pieza de análisis social. Su contexto es un debate abierto sobre la pérdida de la soberanía alimentaria de México. Su pertinencia se refiere a la necesidad de impulsar y profundizar arreglos institucionales (en el sentido de la teoría de los bienes comunes de E. Ostrom) que hagan posible modelos mixtos, novedosos, sostenibles para el manejo y gestión de los recursos en zonas semiáridas.